jueves, 4 de abril de 2013

Paraíso

Eran dunas blancas cambiantes que la noche abandonaba para dejarlas expuestas a la luz del día, primero tímida y poco después radiante cuyo fulgor palidecía frente a su interior: un fuego dormido y fiero alimentado de pupílas ardientes y la exhalación de cientos de almas perdidas en pos de alcanzarle.

Yo estaba ahí junto a esas dunas cambiantes sintiendo una iluminación budista exclusiva solo de los mayores santos y los mayores pecadores, yo estaba ahí y había pasado por otros muchos estados y sentimientos esa misma noche, había esperado el amanecer con el desvelo idílico de aquellos que se reconcilian con la vida. No era sino un león que habiendo vencido a sus rivales ignoraba sus heridas sin el mas mínimo interés en confortarse, era el soldado que plantaba el estandarte en la colina inmune a la mirada de aquellos a quienes habían sido vencidos y juraban venganza.

La luz solar alcanzó el resplandor suficiente y el alma bajo esas dunas volvió a la conciencia, deslizándose al exterior dejando las dunas vacías, tibias pero ausentes de vida y espíritu mientras yo seguía ahí, etéreo, inmóvil, desvelado, contemplativo, con la llama de carbón viva al interior y la piel helada al exterior.

Creí ser invisible por un momento cuando escuché una cascada correr y entonces mi nombre. Eras tú, desnuda, de pie, sonriente, radiante, que me decía: amor, ven a la regadera.

2 comentarios:

Claudia Cruz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Claudia Cruz dijo...

Frágil y honesto como dunas ante el viento, dejándose llevar.