sábado, 25 de marzo de 2017

Descubrirte cada vez.


Dios sabe que intenté como con nadie nunca antes el amarte, que me quedé mirando cada foto tuya tratando de entender el cómo llegamos a ser lo que somos, aquellas incluso de antes de conocerte, aquellas después, todas esas de la vida que no vives conmigo, Dios y tú saben que escuché las historias de tu migración y regreso, de tu felicidad alcanzada y perdida, y tú escuchaste también algunas de las mías, y llegamos a algo juntos, sórdido y carnal, despojado de emociones y alimentado solo de necesidad, necesidad de evasión de la realidad, de compañía, de locura, necesidad al fin. Anotación número uno sobre la necesidad: La necesidad es un síntoma. 

Me queda claro por qué no quiero destapar ese frasco opaco de tapa oxidada en cuya etiqueta apenas alcanza a leerse la palabra "sentimientos" ahí está bien, en el sótano, en la repisa del fondo, oculto. Todo aquello que quise tener al respecto hoy se desvanece, pero queda esa roca ígnea ardiendo en lo profundo de mi ser, roca que me quema y me dice que te atraiga, con insistencia, que tengo que tenerte, que solo tú puedes saciar la lengua de las llamas, que tú no eres un motivo, sino una razón, y me maldice con la certeza de que lamentaré mil veces el perderte, el que seas de otro, el que vivas tu vida sin mí. Anotación número dos sobre la necesidad: La necesidad no se crea ni se destruye, si acaso se descubre. 

Todo esto es mentira, no eres tú, soy yo dicen los cobardes, claro que eres tú, pero no puedes hacer nada al respecto, si acaso huir, alejarte a toda velocidad y poner tanta tierra y mar te sea posible entre ambos, he descubierto mi maldición y no es otra más que la memoria, puedo pasar la vida recordando, sin vivir, tan solo aferrado a la memoria indeleble de lo que me hayas dado, mucho o poco no importa, mi maldición es ese afán de recrear cada cosa, tu cabello rizado deslizándose entre mis dedos, tu andar a gatas en las sábanas, tu imagen en el espejo, sudorosa y enrojecida, fuera de control, sostenida con fuerza entre mis manos. Anotación número tres sobre la necesidad: Si la alimentas crece, si la haces pasar hambre crece más. 

Todo me ahoga, la única situación en la que no me sentía sofocado es cuando dormías entre mis brazos, ya no puedo hacer nada más, respirar es cada vez más difícil, ya no soporto tampoco la luz, mis pies están helados pero mis manos arden como brasas vivas, temo que quizás aún si volvieras a cruzar mi puerta tu presencia sea insuficiente, tendrías que estar a la altura de los recuerdos, la luz cálida de la lámpara de ónix tendría que acariciarte como antaño, deslizarte sobre ti como si le pertenecieras, mejor aún como si te adorara, a esta altura de las circunstancias todo se convierte en un cliché, sed de ti y hambre de ti, me asalta una necesidad vampírica de tu aroma, tu calor y la sangre agolpada en tus mejillas, el sudor que mojaba tus rizos y mi mano que descomponía tu rostro alterando tu belleza en muecas fugaces e irrepetibles, creadas solo para mí,  para desmitificarte y recordarme que eres solo una mujer, por un instante, mi mujer, mi amante, mi muñeca y quizás hasta mi... Última nota sobre la necesidad: la necesidad solo puede conducir a dos resultados, te hace víctima o victimario. 

Epílogo: Me temo que solo me queda entregarme a la memoria y el último recuerdo que te dedico no sea pasional sino idílico, de ti cruzando el umbral del café donde nos reencontramos tras más de veinte años sin vernos y donde, pasada la fascinación de descubrirte una vez más tuve la certeza de que cada día que te encontrara sería un descubrirte cada vez.

No sunshine


¿Será que tu visita sorpresiva no sea solo la casualidad de pasar repentinamente por tus recuerdos, sino el producto de una añoranza que te impulsó hasta mí?

Quiero pensar que a veces sueñas con mis labios y mis manos recorriendo tu piel mientras me debato en la decisión de seguirte adorando recorriendo y besando o hacerte mía de una vez. Que quizás extrañas esa brutalidad amorosa de mi emoción desbordada que raya en la locura en la que quiero admirar tu cuerpo, estrujarlo fuertemente, aspirarlo como una droga y a la vez llorar de dicha sobre ti.

Sé que tenerte cada vez es perderte cada vez y un nuevo rostro tuyo queda en mi memoria que se suma a los cientos de rostros de ti que aparecen al azar cuando cada cosa femenina que pasa frente a mis ojos me recuerda a ti.

Supongo que brillas así todo el tiempo, que tu sonrisa y tu movimiento es deslumbrante por naturaleza y no solo para mí, aunque por un momento me permito pensar que es así, sólo para mí.

No me cansa imaginar todas las diferentes formas de vida que pude hacer contigo, con fortuna o sin ella, tenernos uno al otro hubiera sido suficiente, a veces insisto demasiado en preguntarte si eres feliz, si te tratan bien, y quisiera escuchar que quieres dejar todo atrás y empezar de nuevo, que nada te importa. La realidad es una maldita. La vida y la juventud nos pasaron en un momento y sólo me quedan de ti recuerdos desgastados, incluso fabricados en mi cabeza. ¡Cómo adoré tu cuerpo! ¡Cómo lo admiré en todo su esplendor! A veces fracasé sobre ti con mi cabeza dando vueltas llena de nubes, otras veces te conquisté como un imperio poderoso e implacable, y las más sólo fui un animal hambriento que se saciaba brevemente contigo, vagabundo que aparenta fuerza y saciedad en la cumbre de la desesperación.

Algo me quedo de ti, algo que ni siquiera creo que sepas que existe, pertenece a la última vez que viniste y es ese cuadro glorioso de tu cuerpo tendido boca abajo en mi cama improvisada rodeado de tus prendas esparcidas, tus zapatos vacantes después de haber sido amada y consumida, en el momento en que por un segundo el mundo se detuvo conmigo y puedes abandonarte totalmente, y así te conservo como un fresco central en la galería sentimental, que retumba con mi lista de Soul entre la vibrante voz de Mr. Pendergrass y su T.K.O. hasta que llega el momento de regresar a la realidad en que cierro la puerta tras de ti y Bill Withers me recuerda lo nublado que se torna el día cada vez que te vas.