sábado, 30 de mayo de 2015

Cualquiera puede perder a una mujer

Recuerdo su cuerpo delgado y suave como si lo hubiera acariciado ayer, su voz tersa, pequeña, de terciopelo. Y cuando la recuerdo a veces se mezclan en mi memoria tambien malos recuerdos. Sus ojos llorosos, su voz quebrada, mi ebriedad y su decepción. Su abandono y mi descenso a ser un muerto en vida, un zombie que devora otros cuerpos, se embriaga y permanece deambulando a traves de los días y semanas en una rutina de excesos.

Me gusta recordarla atenta a mí, si la fascinación tiene un rostro era el de ella, su rostro, su sonrisa, y su mirada. Tenía esa expresión de quien trata de comprenderlo todo. Solo los extraños bohemios como yo en su errático andar resultamos incomprensibles para alguien como ella, y con toda razón. Yo mismo resulto incomprensible hasta para mi mismo, inaceptable también.

Vuelvo de manera cíclica al tema y no me acabo de comprender ni perdonar, si hubiera sabido que veinte años despues seguiría aferrado a su recuerdo, de esa manera, hubiera tomado la misión de conservarla por sobre todas las cosas.

¿Cómo olvidar esos pies delgados caminando descalzos a mi alrededor? ¿Cómo dejar atrás el recuerdo de su figura tan fina en un ligero vestido estampado de flores? Cualquiera puede perder a una mujer, pero quienes la amamos de verdad perdemos el alma al mismo tiempo.

Hoy soy aquel que la sueña despierto, que la googlea ocasionalmente, que sueña la máquina del tiempo para volver al instante de coincidir en ese noviembre de 1995 en que puso sus manos en las mías, en que puse mi vida en las suyas.