No te puedo culpar
por hacerte inolvidable, fuí yo quien ayudó a que acabaras siéndolo,
esperándote en la mitad de la noche, colocando la lámpara china de papel rojo
en la habitación para verte cálida y sensual, equalizando tu disco favorito de
Isaac Hayes para que su voz te hiciera temblar, derretirte entre mis manos,
contorsionarte y exhalar el aire etílico
del vino que robaste y que guardé hasta que pudiéramos reunirnos de nuevo, ser
ese yo secreto que pasa desapercibido ante los ojos de los demás pero que se
desnudaba con facilidad sin pudor alguno cuando nuestro caminar nos llevaba al
mismo cuarto.
A veces cuando
recorría tu piel con mis labios me detenía a tratar de percibirlo todo, como si
nada de eso fuera lo suficientemente real y requiriera recabar pruebas, grabar
en mi memoria detalles de tu piel, las zonas más aterciopeladas, las más
suaves, las cicatrices de tu niñez traviesa, la mordida del perro aquel que
tanto odiaste y el mapa estelar de tus lunares. Algunos detalles acabé incluso
detestándolos , y sin embargo besé cada centímetro recorrido, no una, sino cada
vez, porque las tierras no las descubren los viajeros que pasan sino quienes
las habitan y las hacen su casa, solo ellos son quienes pueden dar testimonio
válido de su naturaleza.
No te puedo culpar
por aquellas palabras indelebles que hoy me matan sólo para resucitarme y
mantenerme vivo aún en contra de mi voluntad, palabras tan ordinarias que ni
siquiera contenían promesa alguna de amor, solo una débil confesión de cariño y
una manera de llamarme que nunca sonó igual en otros labios, no al menos en las
dos décadas posteriores a ese momento.
Todo lo que llegó
después me lo hice a mi mismo, el naufragio vino y los amantes que fuimos uno
para el otro lo fuimos inclusive mejor para alguien mas, mas veces, mas tiempo
con mejores frases depositadas con suma delicadeza en el el oído del otro, sólo
que hay días, mas bien noches que no recuerdo ninguna de ellas, solo a mí,
haciendo equilibrismo en una silla mientras engancho la lámpara china al tiempo que tú con la piel helada frente a mi puerta tocas el timbre.